Aún guardo su voz en el rumor del viento,
en la sombra precisa que traza el nogal.
El abuelo enseñaba con las manos,
con el gesto callado
de quien ha arado más días que palabras.
De él aprendí que la tierra devuelve
lo que se le da con paciencia,
que el sol de marzo engaña
y que el pan, si se parte en la mesa,
sabe mejor.
Nada escribió,
pero en cada surco de su huerto
quedó escrita su vida.