Los árboles no son solo árboles,
son estatuas vivas de un tiempo suspendido,
sus hojas danzan como sílabas verdes
en el aire tibio de un idioma olvidado.
El sol no brilla igual sobre la ciudad,
su luz ahora es un eco dorado
de palabras no dichas, de historias dormidas
en los pliegues de cada nube errante.
Y la gente... ¡oh, la gente!
ya no camina,
flota entre sus pensamientos invisibles,
con sus almas entreabiertas
como páginas de un libro en espera.
Después de escribir poesía,
todo es distinto,
todo respira,
todo me mira.