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Elideth Abreu

Gorriones de ceniza

 
Alguien dejó un gorrión en la mesa,
su cuerpo torcido como un presagio.
Afuera, la ciudad continuaba
deshaciéndose en el humo de los trenes.
 
Los relojes sangraban minutos,
los autos eran sombras sin nombre,
y un hombre hablaba con la nada
como si pudiera tocarla.
 
El aire tenía el peso del polvo viejo,
el eco de un himno jamás cantado.
Mis manos intentaron sostener
las alas del pájaro dormido,
pero solo encontraron ceniza.
 
Tal vez siempre fuimos eso:
esquirlas de un vuelo que no llegó a puerto,
silencios flotando en la noche,
migajas que el tiempo devora sin prisa.

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