Hoy, la eterna y maravillosa amante,
vestida de noche y perfume distante,
sopla en mi oído secretos de antaño,
donde el verso duerme, pero nunca es extraño.
Ella, sublime confidente callada,
derrama en mis manos su ánfora sagrada;
musas que danzan en un río sin cauce,
dejando su rastro en la sombra del sauce.
La estrella que guía mi canto perdido,
milenario fulgor en su pecho encendido,
es la llama eterna que alumbra el abismo,
la que arranca versos del polvo y del himno.
Hoy, bajo el cielo que guarda su encanto,
mi pluma obedece su íntimo mandato;
y en cada palabra, su luz se desborda,
como el eco eterno de su voz que me nombra.