No me busques en la brisa,
en el soplo que huye del alba,
ni en la sombra breve
que se disuelve en el muro.
No me nombres en la sed
de la tierra agrietada,
en el grito seco de las hojas
cuando el viento las deja atrás.
Soy apenas un eco dormido,
una grieta en la voz del agua,
un soplo de ausencia
que la arena borra al pasar.
Y si alguna vez regresas
al punto exacto del olvido,
verás que nunca estuve,
que sólo fue el sol
jugando a ser memoria.