Yace aquí, bajo esta losa fría,
Quien fuera cantor de las estrellas.
Aquel cuya voz, como dulce armonía,
Supo evocar las sombras y las huellas.
Sus versos, cual olas de un mar profundo,
Arrullaron los sueños de los mortales.
Llevaron al alma, a través de lo abyecto,
Hasta las cumbres de lo celestial.
Aquel que iluminó la noche oscura
Con la antorcha de su palabra encendida.
Aquel que supo dar voz a la hermosura
Y desnudar los misterios de la vida.
Hoy yace aquí, en silencio, su cuerpo,
Pero su espíritu vive en cada estrofa,
En cada eco de su lamento eterno,
Que resuena como un tañido de arpa.
Pues la poesía, cual fénix inmortal,
Renacer sabrá de entre estas cenizas frías.
Y el canto del poeta, más allá del umbral,
Seguirá alumbrando las noches y los días.
Que esta tumba, aunque muda y solitaria,
Sea testigo de su alma peregrina.
Que su legado perdure, luminaria
Que es el camino hacia la vida divina.