En el latido del alba,
cuando el silencio despierta a la luz,
mi alma danza descalza
sobre la herida del mundo.
¿Qué sombra mece la brisa,
qué voz grita en el abismo?
Es la memoria del tiempo,
el eco de un ser perdido.
La luna, madre nocturna,
teje susurros de calma,
y en su reflejo me encuentro,
sin nombre, sin patria, sin alma.
Amor que hiere y redime,
llama que nunca se apaga,
¿en qué rincón de mi pecho
guardas tus viejas palabras?
Oh destino, verdugo mudo,
déjame beber tu esencia,
que al final de tus caminos
solo quiero la presencia.
Presencia de lo que es todo,
y a la vez, nada en el aire:
un suspiro, un paso leve,
un adiós que nunca parte.