El poeta con pose de poeta,
que carga el aire con su gravedad,
se envuelve en capas de solemnidad
y en susurros de tinta quieta.
Camina altivo, palabras al viento,
con el ceño fruncido, envuelto en misterio,
como si fuera un oscuro sacramento
el acto simple de ser sincero.
Conviene escapar de ese disfraz,
despojarse del verbo cargante,
que el poema sea luz, no boato brillante,
y la verdad, un verso fugaz.
Que el poeta no lleve corona ni capa,
ni pedestal que lo eleve al vacío,
que sea libre, su paso sencillo,
como el agua que al río se escapa.