Hay un poema que es el más bello del mundo,
un himno al amor, un canto sin par,
que guarda en sus versos, cual tesoro profundo,
la esencia del ser, la dicha sin par.
Sus rimas armónicas, sus giros amenos,
cautivan el alma, la hechizan sin tasa;
son fuente de gozo, de ensueños serenos,
que al alma transcienden y el pecho traspasan.
No importa el idioma en que esté concebido,
ni el nombre del vate que osó concebirlo;
pues cuando sus ecos resuenan heridos,
el corazón siente que debe aplaudirlo.
No hay metro ni ritmo que pueda igualarlo,
ni estrofa ni rima que a él se aproxime;
es único y solo, y nadie al cantarlo
podrá, sin rubor, que es suyo, decirme.
Quién fuera el poeta que así lo creara,
y así, con su genio, lograra embelesar;
quién fuera el amante que en él se inspirara
y al ser más amado lo fuera a cantar.
Mas, ¿dónde se esconde ese poema divino?
¿Quién guarda el secreto de su creación?
¡Ay, mundo!, si acaso lo ocultas, declino
mi afán de saber su oculta razón.
Revélame, oh, Musa, la gloria escondida
de ese incomparable, sublime cantar;
que sepa el poeta que así lo concibiera
que al mundo le dio el poema más bello sin par.