No promete espejismos de luz que no fulgura,
ni vende lo imposible con palabras vacías.
El poema no grita, murmura su ternura,
un río subterráneo que fluye en las estrías.
No busca convencer con artificios huecos,
ni cifra su latido en monedas de viento.
Escribe en lo invisible, en lo que nunca vemos,
su letra es un abismo, su verbo, un firmamento.
El lenguaje publicitario seduce y desvanece,
es máscara brillante de un eco que se pierde.
El poético espera, paciente, y enriquece,
con su verdad desnuda, el alma que lo muerde.
Uno proclama sueños que el oro desfigura,
el otro teje sombras que alumbran lo secreto.
Así se alzan contrarios: mentira y escritura,
la venta pasajera y el verso en lo perpetuo.