¿Para qué sirve la palabra en su vuelo,
si no para rasgar el velo del misterio?
En el latido breve de un verso,
el alma se encuentra, desnuda, sin dueño.
La poesía es más que un susurro en el viento,
es el eco eterno del ser y el tiempo,
un hilo de fuego que cruza el abismo,
un puente tejido con luz y sigilo.
En cada metáfora, un mundo se abre,
en cada imagen, lo eterno se sabe.
Habla de lo que somos, de lo que ignoramos,
de aquello que buscamos y aún no alcanzamos.
Es el pulso del cosmos en el pecho,
la voz de lo invisible hecha deseo,
el canto de lo simple y lo profundo,
la llave que abre el alma del mundo.
Así, la poesía, en su vuelo infinito,
es más que palabras: es puro mito,
un rastro de estrellas en la memoria,
el espejo donde vive nuestra historia.