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ElidethAbreu

El ciervo y yo

 
 
Yo he visto un ciervo,
al amanecer, cuando la niebla aún era un manto
y los árboles, apenas sombras en el horizonte.
Sus patas rozaban la tierra
con una gracia que ningún viento posee,
y sus ojos, dos pozos oscuros,
reflejaban el mundo sin nombrarlo.
 
No se alarmó al verme.
Nos miramos—un instante, una eternidad—
como dos criaturas que saben
lo que significa habitar el mismo silencio.
En ese segundo suspendido,
sentí el peso de los siglos en sus cuernos,
el murmullo de la hierba creciendo
bajo sus pezuñas,
el temblor de un mundo que se quiebra
sin que él lo perciba.
 
El ciervo siguió su camino.
Yo me quedé quieto,
con las manos vacías y el corazón lleno.
Todo lo que era mío se volvió suyo:
la luz temblorosa en las hojas,
el rumor del arroyo,
el aire frío que rozaba mi piel.
 
Luego desapareció,
su cuerpo se fundió con el bosque,
dejando apenas el eco de su presencia.
Y yo, que no supe si era un dios o un fantasma,
me quedé con una verdad simple:
que lo más hermoso en este mundo
pasa sin esfuerzo,
sin ruido,
y sin despedida.

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