Por caminos de piedra, el orgullo camina,
Con la frente en alto, el pecho de acero,
Desafía al viento, desafía al tiempo,
Cree que su paso es eterno y certero.
Espejos de cristal en su senda coloca,
Reflejos distorsionan su imagen altiva,
No ve los abismos, no escucha las voces,
Que advierten del riesgo, de su alma cautiva.
La altivez lo abraza, lo envuelve en su manto,
Le susurra al oído que es invulnerable,
Pero bajo su peso, el suelo se quiebra,
Y cae en un abismo profundo, implacable.
Allí en la penumbra, la duda lo acecha,
Las sombras del miedo se tornan reales,
El eco de su voz se vuelve silencio,
Y el orgullo se quiebra en mil cristales.
Entonces en ruinas, renace la sombra,
De un ser que comprende su humana fragilidad,
Y entre las cenizas, surge la humildad,
Que en su ciclo eterno, le enseña a sanar.
Pero el ciclo persiste, el orgullo renace,
En la calma del tiempo, su fuego se aviva,
Y otra vez en su senda, se erige imponente,
Hasta que el destino lo derribe y castigue.
Así, en un vaivén de orgullo y caída,
El alma transita por sendas inciertas,
Buscando el equilibrio entre ser y saber,
Entre el orgullo vano y la verdad eterna.