¿Cómo se despide un árbol de sus hojas?
No hay adiós, solo el peso del viento
que las lleva lejos,
haciéndolas bailar en su último vuelo,
un roce, un murmullo,
la memoria de lo que fue.
El eco de una voz perdida
se queda suspendido en el aire.
No hay despedida cuando todo persiste,
cuando la raíz se aferra a la tierra
y la hoja, aun caída,
carga la primavera en sus venas secas.
Imposible decir adiós.
No porque no quiera,
sino porque el adiós es una grieta
donde entra la luz,
donde el dolor se mezcla con el deseo
de volver a empezar.
¿Cómo despedirme de lo que no se va?
Del calor de una mano ausente,
del silencio que me llama por mi nombre,
de las sombras que siguen en mi piel.
No puedo.
No quiero.
El adiós es un barco que nunca zarpa,
que flota en un río sin corriente,
y yo, en su orilla,
veo cómo el tiempo se disuelve
en un agua quieta,
esperando el momento
en que lo imposible sea solo un nombre
para lo eterno.