En un prado de esmeralda, salpicado de rocío,
Donde el sol naciente besa las flores con su fulgor,
Se encuentran Silvio y Amarilis, pastores de gran candor,
Sus corazones latiendo al unísono, cual río.
Silvio:
Oh, Amarilis, luz de mi alma, ninfa de estos verdes valles,
Tu belleza supera a la de la rosa más pura.
¿Cómo expresar este amor que en mi pecho perdura,
Que florece cada día por estos hermosos calles?
Amarilis:
Mi amado Silvio, pastor de mirada cristalina,
Tu amor es el sustento que nutre mi corazón.
Como la vid se enreda en el olmo con pasión,
Así mi alma a la tuya eternamente se inclina.
Silvio:
Nuestro amor, cual roble añejo, resiste vendavales,
Se fortalece con cada amanecer dorado.
Ni el tiempo ni la distancia lo han menguado,
Pues nuestras almas unidas trascienden los mortales.
Amarilis:
En tus brazos encuentro mi hogar y mi consuelo,
Tu voz es la melodía que guía mis pasos.
Unidos por el destino en eternos lazos,
Nuestro amor es tan vasto como el mismo cielo.
Silvio:
Prometo amarte, Amarilis, más allá de esta vida,
En cada flor que nazca, en cada estrella que brille.
Que nuestro amor sea un canto que nunca se acalle,
Una llama inextinguible, por siempre encendida.
Amarilis:
Y yo a ti, mi Silvio, te entrego el alma entera,
En esta vida y en las que vendrán después.
Que nuestro amor sea eterno, firme y cortés,
Como el fluir constante de la primavera.
Juntos:
Y en este prado testigo de nuestro amor,
Juramos fidelidad eterna, inquebrantable.
Que el eco de nuestras voces sea perdurable,
Y nuestras almas unidas, por siempre en esplendor.