Ciclos Eternos de belleza
En la belleza de la naturaleza me sumerjo,
sus ciclos eternos, sus misterios profundos,
en versos endecasílabos y octosílabos los compongo,
para rendir tributo a su esplendor fecundo.
En el amanecer, cuando el sol se alza en el horizonte,
los colores del cielo pintan un lienzo divino,
las aves entonan su canto melodioso y prístino,
la vida despierta en un abrazo radiante y pleno.
El día avanza y el sol ilumina los campos,
las flores despliegan sus pétalos en danza,
el viento susurra secretos en su fragancia,
mientras el río fluye en sus cristalinos tramos.
La tarde llega y el sol se oculta poco a poco,
los tonos dorados dan paso a la penumbra,
las estrellas emergen en la noche más umbrosa,
y la luna brilla con su luz plateada y loca.
Los árboles se mecen al compás del viento,
las hojas caen en un ballet silencioso,
la naturaleza se prepara para el reposo,
en su eterno ciclo, un ciclo sin cimiento.
La belleza de la naturaleza, inagotable fuente,
nos enseña la armonía en cada cambio y movimiento,
sus ciclos nos recuerdan nuestra propia existencia,
y en su grandeza encontramos paz y consuelo.
Es así como en versos endecasílabos y octosílabos,
celebramos la belleza de la naturaleza,
sus ciclos que nos guían con su sabia destreza,
y nos conectan con lo eterno, con lo grandioso.
