Balada al Gran Joaquín Sabina
Entre calles borrachas de sueños,
y madrugadas que saben a ron,
camina un poeta que lleva en el alma
el peso sin tregua de cada canción.
Con su voz rasgada de humo y quebranto,
despierta los ecos del viejo dolor,
y enreda en sus versos la risa y la pena,
como un trovador de amores sin flor.
A Sabina lo siguen los perros de antaño,
los bares sin nombre, la lluvia y el mal,
las chicas de humo, las noches eternas,
y el último tren que no pasa jamás.
Sus rimas son cartas que nunca llegaron,
sus letras cuchillos que saben cortar,
historias perdidas en camas ajenas,
en labios de luna, en la orilla del mar.
Joaquín es un náufrago sin pasaporte,
un príncipe roto sin reino ni paz,
que arrastra los días, que brinda al vacío,
que canta al abismo su triste verdad.
Pero entre las sombras, renace su fuego,
y en cada guitarra encuentra un hogar;
porque en sus baladas de amor y derrota
vivimos nosotros, sin miedo a soñar.
Y en cada verso, se queda Sabina,
como el viento triste de una ciudad,
dejando un suspiro de noches perdidas,
y el sabor eterno de la libertad.
Este poema es un homenaje a Joaquín Sabina, retratándolo como un poeta urbano que transforma la vida cotidiana en arte, mezclando en sus canciones la alegría y la melancolía. Sus versos reflejan la dualidad entre el amor y la derrota, explorando tanto los placeres efímeros como las cicatrices profundas. Sabina aparece como un viajero sin rumbo fijo, un trovador moderno que encuentra en las noches y en los bares su inspiración, cargando con la nostalgia de lo perdido y el anhelo de lo inalcanzable. A través de su música, se convierte en la voz de aquellos que sueñan, luchan y viven sin miedo a abrazar su propia fragilidad.
