Este poema es un homenaje a Joaquín Sabina, retratándolo como un poeta urbano que transforma la vida cotidiana en arte, mezclando en sus canciones la alegría y la melancolía. Sus versos reflejan la dualidad entre el amor y la derrota, explorando tanto los placeres efímeros como las cicatrices profundas. Sabina aparece como un viajero sin rumbo fijo, un trovador moderno que encuentra en las noches y en los bares su inspiración, cargando con la nostalgia de lo perdido y el anhelo de lo inalcanzable. A través de su música, se convierte en la voz de aquellos que sueñan, luchan y viven sin miedo a abrazar su propia fragilidad.