Vivir bajo la influencia de la poesía
es caminar en la bruma del asombro,
es beber de lo inasible,
buscar en las grietas del tiempo
un destello de lo eterno.
Es cargar el alma de palabras aladas,
que atraviesan siglos como un eco,
que rompen las barreras del espacio
y llegan, intactas,
como un susurro entre el oleaje de la vida.
Es tender las manos a lo invisible,
encontrar lo sublime en lo cotidiano,
y saber que en cada verso late un milagro,
una chispa de lo divino
oculta en el murmullo del papel.
Porque la poesía no es solo palabras:
es el puente hacia lo inaudito,
el conjuro que despierta
la maravilla dormida en los días.
Y quien vive bajo su influjo
vive siempre en busca de lo imposible,
en busca de lo que, siendo fugaz,
es eterno.