Escribo de niñas de trenzas perfectas,
de voces pequeñas y andar contenido,
que en aulas doradas recitan canciones
con manos dormidas y un gesto aprendido.
Las miro en sus sombras de falda y encaje,
sentadas y quietas, hilando el destino,
y sé que en sus pechos de luces cautivas
habita el latido de un lobo escondido.
Porque bajo el velo de calma y modales,
en ojos profundos de cielo y abismo,
se esconde un aullido que nunca silencia,
se esconde la furia de un fuego infinito.
Y aunque las acallen con reglas y rezos,
las siembren de miedos, las duerman de olvidos,
un día las niñas abrirán sus alas,
y el mundo temblará con su grito.