Escribo de niñas de manos cerradas,
de pasos corteses, de voces calladas.
Peinadas con trenzas, vestidas de blanco,
miradas de espejo, silencios de mármol.
Son niñas que estudian, que siempre sonríen,
que entienden de normas, que nunca se rinden.
Pero en su pecho hay un viento escondido,
una tormenta, un grito prohibido.
Sus bocas parecen jardines de invierno,
donde cada pétalo es un juramento.
Pero en sus sueños, en noches sin luna,
corren descalzas, desatan su bruma.
Hay un aullido en sus almas dormidas,
una furia en la piel contenida.
Un eco salvaje que tiembla en la sombra,
un trueno que crece, que nunca se ahoga.
Y un día, quizás, cuando nadie lo espere,
romperán muros, alzarán sus redes.
Porque aunque parezcan serenas y niñas,
dentro de ellas, un lobo camina.