En las noches, los sonidos
de grillos y mar en calma,
resuenan como un mantra
en los sueños escondidos.
Los aromas, tan queridos,
de jazmín y de azahares,
se mezclan con los cantares
del viento entre los pinares.
Noche de luna, alta y clara,
que al corazón da sus lares.
El susurro de las hojas
al compás de la brisa,
y el canto de la risa,
que en la noche se despoja.
El perfume de las rosas
flotando en el aire suave,
el silencio que embriague
el alma con su fragancia.
Noche de luna y constancia,
donde el amor se propague.
La cigarra, en su concierto,
acompaña al río en su canto,
y en el aire, el firmamento
se llena de un canto cierto.
Huele a tierra tras el riego,
a lavanda y a tomillo,
y el perfume del membrillo
se lleva en la brisa leve.
Noche que el alma remueve
con su mágico acertillo.
El cantar de los grillos
resuena en la noche oscura,
y en su melodía pura
se escapan sueños sencillos.
El aroma de los brillos
de hierba recién mojada
se mezcla en la madrugada
con el frescor de la brisa.
Noche que en calma se desliza,
de luna clara, encantada.
La noche extiende su manto
de estrellas y luna clara,
y en su calma nos ampara
con su mágico encanto.
El río murmura santo,
susurrando paz al alma,
y la brisa, en su caricia,
es un bálsamo que embalsama.
La quietud, en su momento,
nos envuelve en dulce calma.
La noche, con su silencio,
abraza el alma cansada,
y en su quietud reposada,
el corazón encuentra aliento.
Se apaga el ruido violento
del día que se despide,
y en la calma que se entiende,
la paz interior florece,
como un remanso que ofrece
la noche cuando se extiende.