La autoridad moral, un faro en la oscuridad,
no se impone con leyes ni con fuerza brutal.
Su poder reside en la verdad, en la sinceridad,
y en la coherencia de vivir con rectitud total.
No es título que se hereda ni que se pueda comprar,
es fruto de acciones justas y de un corazón leal.
Quien la posee guía sin necesidad de mandar,
pues su vida misma es un testimonio cabal.
En tiempos de confusión y de valores en disputa,
la autoridad moral se alza como una voz segura.
Es el eco de la conciencia, la brújula absoluta,
que orienta a la sociedad hacia una ética pura.
La autoridad moral no conoce fronteras,
trasciende culturas, credos y barreras.
Es la esencia de la justicia, la verdad sincera,
un legado imperecedero que el tiempo no