¡Oh, cruel Amor, que con tu flecha ardiente
traspasas el alma que en tu luz se ciega!
En vano el corazón tu fuego niega,
pues arde sin cesar eternamente.
Tu ley, que a todo amante es obediente,
mi pecho rinde y a tu yugo entrega,
mas ¡ay! que en vano de tus lazos ruega
quien ya de servidumbre está pendiente.
Las alas de tu ciega tiranía
me llevan sin piedad de bien en mal,
y el sueño huye de mí noche y día.
¡Ay, Amor, que tu furia es sin igual!
Que si el morir tu imperio no desvía,
¿qué humano pecho resistirte podría?