Una atracción en el vagón
Mientras esperaba el tren, leía unas poesías de Eduardo Calderón, esperando con ansias el vagón, donde junto a las maletas y un par de libros, emprenderé un nuevo viaje de trabajo.
Me la paso más en los vagones que en mi casa o en el trabajo, son intensas largas horas de viaje que me dejan situaciones memorables.
Era una tarde de un lunes 30 de julio, un paisaje se deslumbra en mi ventana, la naturaleza en su esplendor, de repente oí una voz, una nueva pasajera que al verla me hizo suspirar.
Diría que fue su belleza, pero he visto a muchísimas mujeres hermosas y no me han impresionado como ella. Dejé de leer y la observé un instante, con su rostro alucinante y su cabello radiante.
Todo comenzó con un intercambio de sonrisas, de ahí las miradas se hicieron protagonistas, un deseo mutuo de hablarnos, dio inicio una conversación por la incomodidad, qué bello está el día me dijiste con tono alegre y al responderte, “sii, digno de una poesía como quien se encuentra mi lado, que ahora causa bonitas sensaciones, sonrisas y miradas”.
El paisaje rojizo como mi mejilla que ante mis ojos pasa, junto a las nubes que decoraron esa linda tarde en que hablamos los dos, tenía años sin fingir una risa, sin disfrutar de una buena conversación, el vino le dio un toque romántico a la ocasión.
No sé todavía tu jugada preparada, cómo al acomodarte el cabello y dejar al descubierto tu bello rostro buscabas dejarme encantado, tu táctica funcionó porque a partir de ese día has sido inolvidable.
Tras una larga charla, se acercaba tu destino, y de inmediato te pedí que me dieras tu número o tu nombre para así comunicarnos, pero tu respuesta fue negativa, al despedirte y tomar tu mano, tan suaves y delicadas, las apreté suavemente y tú reacción fue hacer lo mismo, le sumaste una sonrisa con una mirada seductora, y con eso cualquiera se enamora.
Siento el deseo de verte de nuevo, pero todavía no te conozco, sólo te veo a las 3 de la tarde tomar el tren y si te vuelvo a ver aunque no sea mi destino me iría por usted.
Y así seguir hablando de nuestros gustos, cualidades y defectos, e inventaria algún pretexto o un encuentro para seguirte conociendo.
Recuerdo muy bien que al despedirme lo hiciste cómo si antes me conocieras, me brindaste un abrazo que aún lo siento en mí, y al cerrar los ojos revivo ese momento.
Han pasado meses sin volver a verte, ni el capitán ni los que venden los tiquetes me dan razón, creo que tu rutina de viajes se acabó y yo sigo triste e ilusionado pasando horas en la estación, con ansias de verte nuevamente.
Veo cómo se me sale una lágrima, hiciste de un pequeño momento uno especial y memorable, no te miento al decirte que comienzo a extrañarte, y el maquinero que presenció nuestro momento nos tomó una fotografía, hoy hace parte de una campaña publicitaria en un afiche que dice “encuentra en este tren el amor de tu vida”.
El sol apenas tuvo tiempo para despedirse, escribiendo largas frases sin esperanza llegué a mi destino, se abren las puertas y escucho el silbato del conductor y otro viaje más sin saber de ti.
Conservaré siempre en mi bolsillo la esperanza de volver a verte, junto a esta poesía que ahora escribo con ansias de entregarte, perdí la noción del tiempo y si un día me muero, espero que en ese profundo sueño pueda enamorarte.