Son estos ojos míos los que me amarran al paisaje de mi ventana.
Son mis oídos los que me impiden oír la música que no se oye con oídos.
Son estos pies los que me obligan a afirmarme en dura tierra de camino.
Es la palabra, la vasija vieja y resquebrajada donde he de recoger el caldo ardiente de mi sueño...
Soy la prisionera de este pequeño cuerpo que me dieron, y he de permanecer tranquila en él, sin saber por qué causa ni por qué tiempo; cuando podría, de un solo golpe de mi mano, echar abajo la mal cerrada puerta.