Llegaste en primavera, en la mañana
que una deidad piadosa oyó mis rezos.
De inmediato, el sedante de tus besos
me transportó hasta una región arcana,
tu ardiente cuerpo como la ventana
de un mundo de placeres inexpresos;
pero en cada caricia iban impresos,
latentes, los pesares del mañana.
Te fuiste de la forma en que llegaste:
silenciosa, y sin dar explicación
al pobre desgraciado que hechizaste.
Ahora me lamento, y con razón,
pues comprendí que todos los amores,
al poco tiempo caen, como las flores.