Te voy a revelar un gran secreto
que el mundo cruel quisiera que callara:
no hay cosa más hermosa que tu cara.
De ahora en adelante es real decreto.
Tu cuerpo es una estatua de alabastro,
de miel suave y celeste, el cielo en vida,
el sueño y obra magna más querida
del regente de algún lejano astro.
Con una noble estampa te ha marcado:
la Vía Láctea está en tu piel impresa;
si fuera astrónomo, sería mi empresa
mapear tu hermoso cuerpo constelado.
¿De qué te sirve esa belleza rara
sin un alma sensible que la aprecie,
que discierna en tu rostro aquella especie
de estrella que del resto te separa?
Ningún hombre de ciencia, con agudos
instrumentos, ni un laico sin furor,
sería capaz de verte como yo,
que puedo ver un ángel con los ojos desnudos.