Creías que eras oro, por brillar
como brillan las cosas sin remedio:
una estrella en manos de la noche,
la luna si la mira el sol,
rocío al despertar el día.
Pero una tarde,
—cual diente de león que eras—
con un soplido, el aire
te robó cien años.
Fuiste sol de segunda
luna en un charco,
flor frente al tiempo.
No fuiste sino hierba de estación.