Me contaron de un indio, fiero y bravío,
que vivió en otros tiempos casi olvidados,
y creí desde entonces que era algo mío:
¡uno de mis maternos antepasados!
Las selvas primitivas eran estrechas
para él, con sus mujeres y sus guerreros;
tanta fue su pujanza que con sus flechas
hizo blanco en la frente de los luceros!
Quise ir hasta la luna. . . Con su piragua
salió al mar, tras el logro de otra fortuna,
y sorprendió el momento en que, al ras del agua,
del cóncavo horizonte se alza la luna.
Pero llegó muy tarde: como un tesoro
subió por el espacio la luna grata;
con los brazos abiertos, en busca de oro,
vió al boga. . . en la blancura de un mar de plata. . .
Para en urnas hieráticas poder tenerlas,
buceó, en las honduras del océano,
las más imponderables, fastuosas perlas,
¡las hurtó a sus conchas con brusca mano!
Su fuerte dentadura, firme, incisiva,
mordió corales, rojos como un desangre,
y vio que los corales, cual carne viva,
al trozarlos sus dientes... ¡manaban sangre!
¡Indio fiero, no tuvo jamás descanso!
Las noches tropicales, claras y bellas,
le hallaron junto al aro de azul remanso
con sus redes de oro, ¡pescando estrellas!
¡Olió, sin embriagarse, malignas flores,
porque lo resguardaban sus talismanes,
y fue a la caza heroica de los cóndores
que volaban más alto que los volcanes!
Las más enardecidas tribus viriles
probaron de sus armas el recio yugo;
cuando se sublevaron, vieron hostiles
que él era insuperable como verdugo.
Llegaba atropellando selvas y brumas
con sus predominantes conquistas bravas,
mientras, como en un cromo, ágiles pumas
seguían el cortejo de sus esclavas. . .
De noche, en las profundas selvas hurañas
o en lo más intrincado de los manglares,
escalofrió el silencio de las montañas
¡flechando las pupilas de los jaguares!
Cacique pensativo de tribu ambigua,
afirmaba sus plantas con entereza,
porque lo autorizaba su estirpe antigua,
¡porque era un convencido de su grandeza!
Catástrofes y triunfos llenan su historia,
risas y maldiciones, sangre y orgía...
Y pienso que he vivido su excelsa gloria
¡y su grandeza bárbara la siento mía!
Y es por eso que envidio la invicta palma
que del héroe circunda la altiva frente:
¡me parece que en mi alma palpita su alma,
y es que de su abolengo soy descendiente!