Pisamos una arena,
fría, como tus toques de brisa.
Parado en el oro de la noche,
enmudeció el desierto:
mi sombra cobró vida,
mi alma fue vencida.
Sentí un anhelo
corriendo tras de mí,
llevándose mi vida,
llorando una sonrisa.
Me perdí en aquel vacío,
congelado en el silencio;
un toque fugaz,
un brisa de momentos.
Granos de arena
forman el remolino sordo
que nos lleva
hacia el sol que agoniza.