La duda nos corroe con fiereza
sobre todo en asuntos del amor
poniendo para ello tanto ardor,
que lo convierte en sólida certeza.
Con mucha habilidad nos lo adereza
y es tanta que nos llena de un dolor
superior cada día al anterior
a causa de su inmensa fortaleza.
Termina por minar nuestra entereza
a medida que aumenta su furor
y si uno acaba el posterior empieza,
hasta que llega a producir terror
aquello que pudiera ser simpleza
carente en absoluto de valor.
Todo es de este tenor
si la duda se mete en la cabeza
y no la abandonamos con presteza.