Christian Sanz Gomez

¿Para qué sirven las humanidades?

Seres huecos, rellenos de paja,
y atiborrados de ruido ¿Cómo evitarlo?
Rehuyendo ideas que pertenezcan
al mundo del poder y la utilidad,
yendo a la busca de un destino intelectual
para poder conversar contigo mismo,
teniendo conocimiento de lo que es importante
mediante el cultivo de la mente y el gusto
educado en el sentimiento, no siendo
lacayo de las obligaciones del mercado.
Entonces la fauna visionaria de tu espíritu
adquirirá la forma vaga de una dulce sirena,
y olvidará desdeñosa a los pobres chacales del yermo.
La gala de la vida es un estudio perenne.
Y el fruto del ramaje, la autumnal poesía,
la literatura, el arte, la música catedralicia,
la esbelta y grácil filosofía.
La cura del espíritu vive el profundo sueño
de la biblioteca. Cura más vasta y bruja
que hojas nacientes en estrellas. Cruza el umbral,
lector amigo. Florece en la altura de la razón
y la metáfora. Conversa con el pensamiento
en amistad augusta. O serás hueco y sombra,
el erial en un templo desmoronado,
delirio que evocan los fantasmas helados de la noche.

(I) Las humanidades sirven a la gente joven (y no tanto) para dirigirse y encarar la pregunta fundamental en la vida: para qué vivimos. Ningún sistema legal, o científico, o político, ninguna tradición cultural, ninguna dogmática religión, puede sustituir a esa pesquisa irrenunciable.
La crisis de las humanidades en Occidente me hace colegir que la gente vive por inercia irreflexiva. Trabajo, ocio, sueño, en una rueca autómata, en una alucinosis rutinaria. Paradojalmente, en la tierra de la libertad, de la obesa riqueza. (II) La depauperación del lenguaje significa una mengua en el pensamiento. Pensamos con el lenguaje, pensar es hablar, la vida mental no es más que un conjunto de acaeceres lingüísticos. No lograr expresar con precisión aquello que deseamos decir, trabucarse ante construcciones paratácticas o subordinadas, ser innecesariamente prolijos, no ser relevantes, no ir al grano, ser confuso y desordenado en la expresión, es serlo con una identidad insoslayable con lo que antecede a la expresión, a saber, con la formulación del pensamiento. Los profesores debieran esforzarse en que sus alumnos conozcan la gramática así como la redacción. Una buena educación es clave para que sobrepuje la democracia y el espíritu de una nación. Si decae la calidad mental de los demócratas decae la calidad de la democracia. Sin lenguaje y habla no hay examen socrático posible ni imaginación empática lúcida. Sin expresión escrita digna se derrumba la civilización. No hay que llevar a los hijos a pasar un fin de semana en Ikea o en un hipermercado, ni comprarle tablets o móviles a edad inmadura. Eso los incrusta en el mecanismo del consumo. Y, paralelo a eso, los aleja de las artes. Vivimos una época especialmente turbia para las humanidades, o sea, para prorrumpir en un conato de respuesta a la pregunta por qué vivir.

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