Christian Sanz Gomez

Châteaux

(El antimoderno)

En la más apacible bonanza y la más compacta, frondosa sobriedad, vivo como una reliquia de mí mismo una vida antimoderna.

Bi bene, ibi patria, «donde bien estés, tu patria está».

La mano asesina de Internet pulverizó mis esperanzas, los usos y costumbres que creo altos,  la civilización papuda acabó con los libros, el arte, el periódico de papel, las canicas, los sombreros, el cine, la amistad, el sexo, la educación, las costumbres en general, la moral en particular.

En mi feudal aldea gallega vivo de forma arcaica. Venceréis, pero no convenceréis. Engañad a la vegetación con vuestra nube de gases venenosos. No cambiéis la manera de esa existencia sin tensión, no cambiéis el tumulto caótico de vuestra mente, cambiadlo todo por viajes en coche, avión, domingo en Ikea y la hipoteca. Birlad la inteligencia del prójimo usando a destajo ese latrocinio llamado «conversación».

A Polibio, cuando llegó a Corinto poco después de la derrota griega, le horrorizó ver a soldados romanos utilizar el reverso de valiosas y hermosas pinturas como tableros de juego. Yo siento lo mismo que Polibio.

La corona cívica era un atuendo militar alrededor de la cabeza, un conjunto de hojas de roble que se concedía a aquellos romanos que habían salvado a sus conciudadanos en la batalla. La única corona de ahora son los dineros, el arrastrado –gusano que repta a ras de tierra– el arrastrado parné. Pero una voz interior me dice que se acercan las hordas galas y plebeyas, y que murió lo singular y patricio, el valor, el bien, lo sólido, y la delicadeza del gusto, y la pasión por la libertad. Yo resisto. Solo, pero resisto. Algún día esto renacerá.

En mi cueva arrullado. En mi latebra acolchado. Mascullando mi indefensa verdad: el mundo se equivoca, pero yo no yerro.

Para mí, vltimvs romanorvm, poder escuchar el lobo en la noche, el gallo al amanecer, para mí la lechuza y la atrabilis.

Suetonio refirió varios espectáculos cruentos en la era de Nerón. Anna Ajmátova declaró más que convincentemente que el siglo XX fue «peor que cualquier otro». Leopardi declaró el suyo «feo y estúpido». ¿Hablaremos al final del XXI como Anna del XX o Leopardi del XIX? Se avecinan siglos de incuria, dolor e hiel, siglos de desmigarse el corazón y el hojaldre de la belleza, el orden y la sabiduría. Un mundo cuya única música es la del ascensor; ése está destinado a perecer.

Lejos de Sefarad mi refugio es la Europa de Carlomagno o el norte de África de Agustín de Hipona o los Moralia de Plutarco. Mi refugio es esta inconcebible soledad donde secluso escupo mis invectivas. Oh mi aldeíta, Nogueira de Ramuín, dorada monarquía plenipotenciaria.

El rey Luis XVI intentó no perder la cabeza y el poder. Intentó un consenso mediante unas necesarias reformas. Pero al convocar los Estados Generales abrió una temible espita. El 14 de julio de 1789 vino la horda. La plebe es asesina y es ruin, el populacho es bestia, verdulero y tonto, una arboladura zafia y roma empaquetada de bobería y salvajismo. Cuando conducían al cadalso a Luis XVI, en la carreta pidió a un ciudadano que por favor entregara una carta de amor y de despedida a su reina; el vil ciudadano –engreído y tosco– se negó afirmando que él no era súbdito de nadie ¡Pobre diablo! ¡Iluso y cándido! Cuando iban a guillotinar a María Antonieta el verdugo pisó sus lindos botines; la dama de estricta educación prusiana profirió entonces sus últimas palabras «Pardon, messie». Esos gestos, esos gestos...

Que Grecia y Roma, y la Francia de Luis XVI, como una golondrina, como una golosina, aniden en mi casa y mi aldea, y que no anide en ella la lujuria turista, el FMI e interné.
Que Marco Aurelio guíe mis pensamientos, o el generoso Tomás de Aquino, o Tácito y Mazzarino, y no los mamarrachos coachs o el organum diabolicum del televisor.

Abro mi baúl con flejes de hierro y saco una antigua edición de Platón. También excoraciones en mis ediciones de Gnósticos.

Sordina verde de prados orensanos tascan hierbas como el rímel en un ojo bello de mujer; pacen senequistas vacas en mis tierras este año no demasiado lluvioso. El silencio y la soledad pitusa se ajustan a mi carne. En mi galería leo, veo pasar en cofradía tanto la bendición de los dioses como la pudrición súbita y paulatina del mundo. Sueño recurrentemente con una especie de nuevo renacimiento. Me cuesta alcanzar, empero, algunas veces, un sueño sereno. Temo, también, algunas veces, mi locura.

Os desprecio, hombres-máquina.
Solo amo la Luna.
Solo amo mi soledad de leopardo.
Solo vivo en el pasado.

**********

(Chambord)

Construyó el castillo real de Chambord el rey Francisco I . Tan obsesionado estuvo con él que incluso quiso desviar el río Loira para que pasara a su vera. En 1725 Luis XV dio Chambord a su suegro, el padre de la reina María, Stanislas Leczinsky. Este residió en Chambord, a pesar de que allí solo se podía vivir en verano. La región era pantanosa y las fiebres diezmaban a la servidumbre. Leczinsky, que fue hombre de muy buen sentido, hizo una vida burguesa, nada conforme con la real residencia. Salió de allí para recuperar la corona polaca, que inmediatamente debía volver a perder. Años más tarde Luis XV concedió Chambord como regalo real a Mauricio de Sajonia, figura guerrera egregia y hombre entre quimérico y vanidoso.

Cada uno debe ganarse su Chambord. Luis XV tuvo sentido del deber hacia el reino. Luis XIV tenía un buen humor irónico y callado. Luis XVI, supremo miope, más preparado para el gobierno que sus dos antecesores, tuvo poco o ningún carácter. Sucumbió, Luis XVI, inmóvil, a penosas y adversas circunstancias. El duque de Richelieu, siempre resistió los más descomunales excesos sexuales y gastronómicos. Orgías y lúbricas acciones motejan y signan sus noventa y dos años de vida. Richelieu fue un polígamo perverso y exquisito. Dejó su rica herencia a sus catorce gatos. Y la marquesa de Pompadour dilapidando y embelleciéndose con el champán.

Colau estudia, Iglesias estudia, Sánchez estudia. Vuestra cara difícil y su color pastoso y agrio, su habla tartaja y su cacareo cacaseno, el yermo erial de vuestras mentes no merecen ningún Chambord.

El timo existencial Rahola, esa musa para jubilados nonagenarios, no merecen ningún Chambord (ella y sus iguales tienen una mente tan perfecta que ninguna idea puede profanarla) Si la nombro ya embadurno la letra de un sinfín de limitaciones y falta abrumadora de elegancia.

Os dejo queridos, mi espíritu tolera la miseria hasta cierto grado.  Irene Montero sal ya de parvulitos y límpiate los mocos. Me voy con el mariscal de Luxemburgo a tomar una «fricasée» de pollo que quedó con la grasa cuajada, conocida también, a partir de este invento suyo, como chudfroid de volaille. ¿La sociedad española?, Iros al Telepizza o al Telecubata, al vertedero cochambroso de la historia, caterva de memos mediocres, los peores entre lo peor. Los medios han acabado convirtiendo al pueblo en populacho.

Poseo imágenes oníricas amables, editio princeps de Chateaubriand, cultivo con esmero camelias, he visto mundos surgir sobre la delicada nieve, bautizado princesas dentro de una concha, he orbitado cielos voluptuosos a lomos de un halcón, intimado mi cerebro con los punzantes ojos del leopardo ¿Cómo no despreciar vuestro incesante borbotear o mascullar estiércol?

La Naturaleza administró y midió mis movimientos; me juzgarán los mejores y no malgasté mi destino. Mi alma puede brillar como un diamante, la vuestra, políticos del montón, cucañistas plebeyos, es mera piedra común sin luz ni lustre. El valor de la literatura sobrevive, como dijera Auden respecto a la poesía: «En el valle de sus dichos, donde los ejecutivos / Jamás querrían entrar». Ni los políticos, claro...

Que desfile por el mundo esta opereta bufa. Que los noticiarios muestren vuestra embarazosa e incorregible idiotez, vuestra mediocridad embarazosa y escandalosa. Chambord (símbolo del lujo de la mente) solo puede ser lugar de poetas, eremitas y conventuales solitarios. Adieu...

Me quedo en mi Chambord vestido con paños curiales si me estiro en el diván para leer. Viajo a la playa más lejana de la galaxia, amo mujeres jóvenes sahumadas de lirios y limones, converso con los mirlos que Casandra profetizó, vivo en un lugar donde la grandeza de la mente no es mal pronóstico para la vida, donde mi corazón no lo destroza la turbina de un avión, donde no veo la mueca hostil de esta civilización “ritrosa”. A la busca de Chambord. A años luz del timbre cabruno, vacuno, caballuno y chotuno de políticos y populacho.

Mi alma brilla como una ciruela deshelándose dentro de una cascada de agua caliente.

Me acerco ya a Chambord.

«No hice más que urgir a nuestra/ época a abandonar sus trabas/ con las sabidas reglas de la antigua libertad/cuando de repente me rodea un bárbaro estruendo/ de búhos, cucos, asnos, simios y perros» Milton, Soneto XI.

Libros: «Vastes et détranges domaines» para alimentar la mente. «Oisive jeunesse» un libro, ociosa juventud la de un libro.

«La democracia es el arte de manejar el circo desde la jaula de los monos» J. Waters.

La verdad, enseñaba el Baal Shem, está perpetuamente en el exilio.

«Was du erebt von deinen Vätern hast / Erwirb es um es zu besitzen» Goethe. Lo que has heredado de tus padres, hazte digno de poseerlo.

Que no nos mueva demasiado ni el viento ni las brisas; que nos mueva, por encima de todo, el conocimiento. Como escribía Tito Livio (28,27): «Multitudo omnis, sicut natura maris, per se immobilis est, ventus et aurae cient».

«En esta estúpida y tediosa época lo más excéntrico que uno puede hacer es tener cerebro» Óscar Wilde.

«Yo festejo y acaricio la verdad en cualquier mano que la encuentro, y me rindo a ella alegremente, y le someto a ella mis armas vencidas en cuanto la veo acercarse» Montaigne, Éssais, III, VIII: 902.

De Francesco Petrarca son estas palabras tomadas de su libro «Remedios contra la buena y la mala suerte», 1, xliv:
«Gozo: Escribo libros.
Razón: Mejor harías en leerlos, y mucho mejor sería si convirtieses lo leído en una buena norma de vida. El conocimiento de las letras sólo es útil si se pone en práctica y se confirma con obras, no con palabras. De otro modo, muchas veces se confirma, como está escrito, que el conocimiento hincha de vanidad. Entender con claridad y prontitud muchas e importantes cosas, recordarlas con seguridad, contarlas de modo brillante, escribirlas con arte y declamarlas placenteramente, si todas estas cosas no tienen aplicación a la vida, ¿qué son sino instrumentos de una vacua petulancia, qué son sino trabajo y ruido sin provecho?»

Se iluminan las ciudades con farolas, pero se hace de noche en el mundo moral (tomado de Víctor Hugo)

«Pronto lo habrás olvidado todo, pronto todos te habrán olvidado» Marco Aurelio, Meditaciones, VII, 21.

«Simul et jucunda et idonea dicere Vitae», Horacio, hablando de la función de la poesía en su Arte poética, I, 334. «Y al mismo tiempo decir cosas agradables y adecuadas para la vida».

«...mihi parua rura et / spiritum Graiae tenuem Camenae / Parca non mendax dedit et malignum / spernere uolgus» Horacio.
...pero pequeños campos, / y un leve aliento de la griega musa / me dio la Parca, y despreciar al vulgo, / siempre maligno.
«Posse tibi res meas, pater optime, que ut paucis placeant, laboro» Petrarca.
Que sean de tu agrado, querido Padre, estos escritos en los que trabajo para complacer a unos pocos.

«Beatus ille, qui procul negotiis, / ut prisca gens mortalium, / paterna rura bubus exercet suis, / solutus omni fenore, / neque excitatur classico miles truci / neque horret iratum mare, / forumque uitat et superba ciuium / potentiorum limina, / ergo aut adulta uitium propagine / altas maritat populos» Horacio.
Feliz aquel que de negocios alejado, cual los mortales de los viejos tiempos, trabaja los paternos campos con sus bueyes, de toda usura libre. A él no lo despierta, como al soldado, la trompeta fiera ni teme al mar airado; y evita el Foro y las puertas altivas de los ciudadanos poderosos.

Seré demócrata y multitudinario cuando la tertulia del bar hispánico sea indistinguible de una del salón de Madade du Deffand. Mientras, el escarnio a la mayoría la búsqueda de la soledad serán mis delicadas bolitas de tutti frutti.

Autres oeuvres par Christian Sanz Gomez...



Haut