¡Ay de vosotros, si todos los hombres hablan bien
de vosotros! porque así harán los padres
con sus falsos profetas. Una ascética para la felicidad
en tiempos revueltos, y cellisca, y el lujo de la mente.
Me dirijo al cadalso un día modular
sabiendo que fui de los mejores; serví al prójimo,
fui benigno con ingratos y malos y criados,
hay delicia y secreto en mi alma rosácea.
Este atardecer solitario luminoso no es el final,
supe sufrir y gozar, renunciar a la queja,
sé que vosotros –chusma– sois una panda de cretinos,
pero justicia y juicio son el cimiento de mi trono,
y subsistiré en la dulzura intemporal del cielo estrellado.
La boca cariada del injusto no produce sabiduría.
Viajaré entre grutas marinas a la otra ribera
enamorado de ti, oh mi Señora brillante y hermosa.
Mi corazón limpio rehusó pensar en cosas insanas y perversas,
sean míos pues los arroyos blancos del invierno.
Uno arrastra el cinto de oro que ha ganado,
a diferencia del chusmerío del que brotan albañales;
como perros rabiosos si quiera tienen ganada
la entrada en la madurez. Imprudentes enanos,
estiércol lacayuno que sueña la estupidez y la bajeza.
Ya veo los ojos infinitos en los astros fúlgidos
sobre un salón inmenso con fragancia de melisas.
Ya veo mis playas cuajadas poniéndose amarillas.
Y pompas de jabón tañendo su bronce.
Lo compuesto se descompondrá, pero regresará
mi alegría al cielo. Todo final es un comienzo.