(Para ella y solo para ella, que sabe muy bien quien es…)
Me había jurado a mi mismo
que no iba leerle ni mostrarle a nadie esto,
solo a ella,
hasta que intercambiáramos palabras una vez más…
Y yo aun no sé cómo decirle que no a lo que sea que ella me pida,
pues hasta sus más leves insinuaciones son órdenes tajantes para mi…
Aunque ella aun no me ha pedido nada…
Y su silencio me mata…
Tal vez sea que a mi Musa le gusta verme sufrir…
O tal vez sea algo mucho más sencillo,
pero a la vez mucho más cruel:
Que ella no es mi musa,
ni nunca lo ha sido…
Eso lo explicaría todo…
Pero hasta el sol de hoy sigo dándole el beneficio de la duda al destino…
Aun recuerdo,
como si fuera ayer,
nuestra última
(y única)
conversación…
Estaba yo hundido en lo más profundo
de la peor depresión por la que he tenido que pasar en toda mi vida
y vagaba sin rumbo
por los terrenos del sitio donde trabajo,
porque de alguna manera hay que ganarse la vida
y conteniendo,
con las pocas fuerzas que aun me quedaban en aquel entonces,
las ganas de llorar…
Y de pronto ahí estaba,
frente a mí,
con esa sonrisa suya capaz de atravesar muros de roca solida,
mirándome a los ojos como si de verdad yo le interesara…
Y me habló…
Ella, una hermosa escultura de carne y hueso,
piel y sangre…
Ella era para mí la mujer más maravillosa del mundo,
la más interesante,
la más inteligente,
la única que había entendido totalmente
todo lo que yo había dejado plasmado en palabras en mis escritos,
y sin necesidad de que se lo explicara antes de que conversáramos al respecto…
Y me enamoré,
me enamoré de ella como el imbécil soñador que sigo siendo…
Y esperé con ansias nuestra próxima conversación…
Y esa conversación nunca ha llegado…
Y pasó el tiempo…
Y seguí esperando…
Y sigo esperándola…
Porque ella es mi musa,
mi ángel,
mi diosa…
Y por eso,
como pasa con todo lo etéreo,
por eso yo a ella no la puedo tocar…
Tal vez sea cierto
y si soy un imbécil soñador
que se ha enamorado solo…
Pero enamorarse,
así sea solo,
es un arte…
Y esta es mi obra maestra…