Carolina Coronado

Despedida al año de 1843

Adiós, el que caminas
a hundirte en lo pasado:
mis ojos con tristeza
te ven desparecer;
 
Tus días a mi vida,
crueles, han dejado
más lágrimas que risa,
más penas que placer.
 
Y tú los años míos
con nuevo peso aumentas
y una experiencia añades
al joven corazón;
 
Mas yo tierno saludo
te doy porque te ausentas;
que hasta los males mismos
nuestros amigos son.
 
¡Ay! tal vez más ingrato
el año venidero
me hará con triste envidia
tus horas recordar;
 
Que siempre más agudo
es el dolor postrero,
y es siempre más amargo
el último pesar.
 
En vano la esperanza
con risueño atavío
muéstrame los objetos
allá en el porvenir:
 
Las que a lo lejos brillan
cual gotas de rocío,
son toscas piedrecillas
que el sol hace lucir.
 
Y a la remota dicha
la fantasía vana
y el corazón ansioso
cercana sueñan ver:
 
¡El ignorante niño
ve también muy cercana
la luna que sus manos
se afanan por coger!
 
Mejor fuera que ahora
partiera yo contigo
y la faz nos velara
juntos la eternidad,
 
Que sola y fatigada
en un suelo enemigo
quedarme con mi vida
de perpetua ansiedad.
 
Mejor que el sueño eterno
apagara el latido
de este mi sin ventura
inquieto corazón;
 
Que en sus amantes penas
dejarle sumergido,
llorando de infortunio,
temblando de pasión.
 
Mas ya la noche avanza
y a pasos presurosos
a sepultarle corres
en el inmenso mar,
 
Donde mi pena un día,
mis sueños fatigosos,
¡ay Dios! y mis amores
iré yo a sepultar.

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