No es la taza de té, ni la fugaz penumbra;
tampoco la tiniebla, no es el vino ni el vaso,
ni las cosas que tengo, ni las que tuve acaso,
ni el oro de las tardes que a veces se vislumbra.
La soledad no está siquiera en sitio alguno.
(su oscuro deambular regresa a lo perdido);
no es ni breve ni eterna; jamás roza el olvido;
la soledad no existe; pienso que acaso uno
la inventa. ¿A qué seguir su ambiguo juego entonces
de mirar las estrellas lejanas en la noche?
La soledad no es nunca aquel oscuro broche,
ni aquella extraña aldaba de silenciosos bronces
que a oscura casa abría y también encerraba,
y en la que yo esperaba sin saber qué esperaba.