A menudo pedías voces lejanas, rostros,
islas en la memoria.
Pedías un cuerpo donde meter las manos
y ser feliz
sin otra circunstancia que ser feliz.
Pedías la poca luz de una tarde,
el amor compartido,
la noche
y unas manos en tus manos
confirmando
que todo el olvido
es una paz aparente,
una hoja que respira su silencio
y muere.