Debo tu nombre al reino, oscuro pueblo.
Por una de tus calles he mirado
El palacio de Cnosos, las ventanas
Abiertas al abismo y a la noche.
Pienso en Dushara, su secreta historia,
Y en las altas batallas de Numancia
Que acaso ocurrieron sólo en sueños.
Entre muros de piedras he dormido
Y vislumbrado el alba en un instante.
Sé el oscuro misterio de los templos,
Y esa imagen de Kaaba con su piedra
De sacro mármol negro y misterioso.
Yo he querido morir en estas calles.
He querido encontrarme con mi muerte.
Me llaman Hollinshed. Mi nombre callan.
Solitario me escurro entre las sombras.
Otra gloria no quiero. Poco importa.
Desde aquí me desmienten las penumbras.
Mis pasos ya se pierden sin destino.
La condena de un hombre es mi condena.
Aquí puedo decir, oh, ciegos dioses,
No existen ya las luces ni las sombras,
Ni la rosa, ni el bosque, ni el estuario.
Ni la espada del último guerrero.
Ni el oro de esas tardes tan lejanas.
Ni el muchacho que aguarda temeroso
En Düsseldorf, sentado en una esquina.
Ni la paciente ergástula, acechando.
Ni el anillo de Odín ni de sus elfos.
Ni el recuerdo que el Nilo me prohíbe.
Ni el cuerpo que he lanzado hacia las aguas.