Carlos Pintado

Las noches en Mortefontaine

Noches de amantes breves como cirios ardiendo,
y cetros y fortunas y reyes y palacios.
Noches de espejos hondos, aguas de un río mágico.
Noches de altas torres perdiéndose en la noche,
y sonoras tinieblas retumbando en lo oscuro.
Noches de laberintos como hojas cayendo
sobre el pozo abismal donde mi sed enjoya
en música sus cantos, sus noches tan eternas.
Noches de verjas altas y jardines y estatuas.
Noches en donde todo parece que se escapa
a domeñar la forma terrible de mi sombra.
Noches en que me pierdo sin saberlo en la noche,
bajo gotas finísimas como cristal soñado,
por senderos de nieblas, por bosques de unicornios.
Noches en que las cosas que amamos se despiden
agitando en el aire una espantosa mano.
Noches para soñarnos la mano que retira
la nieve de la espada, la espada de la piedra,
y el mágico rocío sobre el agua del lago,
agua lustral fluyendo, agua de plata y luna.
Noches de hondos espejos en sombras desvelados,
y rostros que se asoman hacia un fondo de sombras.
Noches que son el sueño del cuerno y del marfil.
Noches de puertas altas, de interiores sagrados,
y paisajes mostrando el nácar de algún rostro.
Noches para olvidar quién por mi sombra avanza,
bajo qué estrellas quedo sosteniendo mi cuerpo
insomne y solitario, como una luz temblando.
Noches de islas lejanas, de bajeles sombríos
y puertos ideales para agitar pañuelos.
Noches para sentarnos a hablar junto a la noche.
Noches de torvos pájaros y tigres en penumbras,
y dedos sobre el vidrio, y cítaras tocando.
Noches en que no somos sino la noche misma,
reconociendo el paso ruinoso de sus muertos.
Preferido o celebrado por...
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