No te hiere la luna ni la nieve
que silenciosamente está cayendo;
Ni siquiera el olvido, que va haciendo
un sueno de tu forma esbelta y leve.
No te hiere la vida, ni la muerte
que engendra esa rara mansedumbre
de días y de noches; eres lumbre
que no deja de arder; ésa es tu suerte.
No te hiere el silencio, ni el reflejo
que en el agua del lago te persigue;
sólo el amor te hiere, si él consigue
que tu mirada vuelvas, vacilante,
hacia el oscuro fondo del espejo
que la virgen descubre en un instante.