I
A veces va una por la calle, triste,
pidiendo que el canario no se muera
y apenas se da cuenta de que existe
un semáforo, el pan, la primavera.
A veces va una por la calle, sola
—ay, no queriendo averiguar si espera
y el ruido de algún rostro que se inmola
nos pone a sollozar de otra manera.
A veces por la calle, entretenida
va una sin permiso de la vida,
con un hambre de todo casi fiera.
A veces va una así, desamparada,
como pudiendo enamorar la nada,
y el milagro aparece en una acera.
II
Si, la noche te trajo. Yo, dorada,
prosa, casto limón, convaleciente,
del último quizás de tu mirada,
baje por la ternura de repente.
¿Qué hiciste entonces con tu boca urgente
en mi mano del libro enamorada?
¿Trataste como un gajo del poniente
la mano que me sigue iluminada?
No sé. No sé: enterarme de este asunto.
No sé. No sé: me conmoví despacio
(Quede la sinrazón por testimonio)
Pero recuerdo que a las nueve en punto
rodó ya carcomido en su palacio
mi corazón de estatua y de demonio.
III
Saliste tú y no el sol, de mediodía
pues llama al imposible por su nombre.
Parado en el camino como un hombre
era casi la luz que me insistía.
Tu casa estaba por la sola, fría,
y cuando nos besamos tuvo una ala
que aun debe de andar volando por la sala.
Dije que no, que tumba, que venia
un provenir de arañas, y de acero.
Dije que no, que no, lo dije, pero
la lluvia es una lágrima tan bella
(siempre a llovido donde muero y paso)
que hubo el silencio del amor acaso
y entre mis muslos progreso la estrella.
IV
(Dátil de tu mirada, gloria justa.)
Mañana volverá la primavera.
(En tus uñas de niño me perdería)
Mañana volverá la fiebre augusta.
Mañana volverá nuestra emboscada
de besos milenarios y futuros.
Mañana—pienso—y se me vuelven puros
los vicios de esta carne enamorada.
Mañana tengo una cita con tu aorta.
(No me importa la bruma, no me importa:
ya puedo hasta volverla transparente.)
Mañana bajo nubes, bajo hierros,
nos amaneceremos desusadamente
como profundos astros, como perros.