Bernardo López García

Polonia

ODA

 
     ¿De quién es? ¿De quién es esa corona
que en la orilla del Vístula sangriento
rota se ve? ¿De quién esos gemidos
que lleva el ronco viento
por la inmensa región? ¿De quién la lira,
que entre secos manojos de laureles
ni canta, ni suspira?
 

 
 
     Un pueblo fue lo que se ve en escombros;
del fondo sepulcral de esas ruinas
eterna maldición sobre la tierra,
gritos de amor y libertad brotaron;
y salieron cantores;
y el aura de la paz, besó las flores
que las hoces del déspota segaron.
 
     Un pueblo fue; Polonia se llamaba...;
en venturosos días,
con la fuerza del simoun arrojaba
sus tercios a vencer; ellos hollaron
de Tiro las ruinas
que palacios y templos coronaron;
el turbio Niemen apartó sus olas
para verlos marchar; en los jardines
de la Persia abrasada,
desplegaron sus blancas banderolas
al grito de la lid arrebatada;
los vieron las riberas
del Éufrates y el Nilo turbulentos,
fieros herir; las frentes altaneras
del Cáucaso y el Atlas se doblaron
al peso de sus huestes, y temblaron
los árabes vencidos
bajo el ancho crespón de sus banderas.
Del Apenino azul por las vertientes
la sangre de sus hijos
al mar de Italia se lanzó en torrentes;
y sus águilas libres se extendieron
por los anchos espacios
y cruzaron los montes y los mares,
e indómitas se irguieron
de la torpe Estambul en los palacios,
y de Roma la vieja en los altares.
 

 
 
     Un pueblo fue... y envilecido ahora,
mira expirantes a sus tercios bravos;
el águila señora
pendón de libres en gloriosos días,
arrastrada se ve por los esclavos;
altivo el extranjero
duerme en su hogar; las hojas de sus leyes
de escarnio sirven a menguados reyes;
sollozando sin paz, yerta de ira,
imagen del dolor al mundo mira;
y al verlo contemplando
con torpe duelo su dolor profundo,
sacude sus sepulcros, protestando
contra la inútil compasión del mundo...
 
     ¡Mísera humanidad!... desde su cuna
el crimen tiraniza su existencia;
del justo Abel la ensangrentada fosa
es el primer calvario
que levanta la saña a la inocencia:
de allí brota el pesar; de allí el encono,
y pasan luego razas y ciudades,
y un trono se hunde, y se levanta un trono,
y en lucha horrible y fuerte
se arrastran pueblos, razas y tiranos,
y ruedan por las puertas de la muerte
con el puñal sangriento entre las manos.
Y Dios se enoja; con furor profundo
a su placer levanta
el mar soberbio hasta su regia planta,
y el hombre muere, y se desquicia el mundo.
Y vienen otras razas y otros hombres;
y apenas en la tierra,
levantan a la voz de sus enconos
altares a la guerra,
templos al vicio, al despotismo tronos:
y pasan los señores
agitando a los pueblos espantados;
y van los pueblos viles,
lo mismo que reptiles
al carro de los CÉSARES atados.
 
     El mundo tiembla; Dios desde su trono
siente a sus pies el crimen, y en su anhelo
porque su voz al pecador asombre
baja a la tierra; en su brutal encono
sigue la humanidad, y ardiendo en ira
en verdugo de Dios se trueca el hombre,
y hace al Calvario sanguinaria pira.
 
     Desde entonces radiante centellea
sobre la cruz la libertad del mundo;
la sombra de Luzbel, siente en su seno
desgarrador puñal; entre el rugido
del pueblo que en el Circo clamorea
al latir el león, se oye el gemido
del cristiano expirante
que bendice a Jesús; y ante este ejemplo
de la fe vencedora de la muerte,
el Circo se convierte
de la doctrina de Jesús en templo.
 
     A través de borrascas y Nerones
la barca hiende el mar; rompe la ola
pujante del error que la conmueve,
y vuela ansiosa al codiciado puerto
en alas de la fe; sus velas mueve
celeste brisa; el huracán furioso
del rudo fanatismo
la quiere detener... pero es en vano...
que el brazo de Dios mismo
la impulsa por el férvido Oceano.
 
     La indómita corriente de las horas
su pujanza aumentó sobre la tierra...
Polonia desgraciada
despojo de la saña y de la guerra...
¿Quieres ser libre? Calma tu delirio;
desciñe de tu frente
la bárbara corona del martirio,
y coge con bravura
el caballo, la lanza y la armadura.
 
     ¿Oyes ese rumor? La nave llega;
la libertad sobre su mástil flota
y la empuja la fe; raudo navega
sobre mares de tumbas; ya se agita;
ya salva el Apenino,
y por medio de rocas y torrentes
cual indómito alud se precipita:
de sus velas blanquísimas el lino
sangriento va: su infatigable vuelo
aterra al crimen, y a la voz de guerra
fija una escala en la espantada tierra
por donde van los mártires al cielo:
los déspotas la ven, y en sus enconos
sus brazos tienden... pero esfuerzo vano:
que si a domarla se levantan tronos,
los arrastra bramando al Oceano.
 
     ¿Escuchas ese acento,
imagen bienhechora
de Kociusko infeliz? ¡Santas cenizas
de los héroes de ayer!... la patria entera
levanta ya la espada vengadora
ante el bélico altar de su bandera;
romped las urnas, sombras solitarias;
de ese recinto estrecho
al cielo levantad vuestras plegarias,
o sacudiendo los eternos lazos
que ligan a la tierra el tronco inerte,
venid desde los brazos de la muerte
a luchar por la patria en nuestros brazos.
 
     ¡Venid!... ¡Venid!... la lucha gigantesca
en breve va a empezar; ¡guerra! murmurarán
los derechos altísimos hollados;
¡guerra! los pueblos viles
al pie de los cadalsos amarrados;
¡guerra! con voz doliente
suspira el porvenir, clama el presente,
y rompiendo sus sábanas de tierra,
se abren las tumbas murmurando ¡guerra!
 
     Y la guerra será... ¡ronca la lira
sobre las alas del delirio suena!...
El mundo ensangrentado
navega por el seno del vacío
como un sepulcro; sobre su ancha frente
la humanidad luchando arrebatada,
escribe con la espada
su epitafio sangriento y elocuente:
y el bueno llora; y la razón se aterra...
¿Cuándo, Señor, aunque a mi voz te asombres,
arrancarás del libro de los hombres
el sangriento vocablo de la guerra?
¿No basta el sacrificio
de cien razas y cien? ¿Aún no es bastante
para que el nublo del error sucumba,
ese doliente osario
que hace del globo dilatada tumba,
y a cada pueblo levantó un Calvario?
 
     Aún no es bastante, no; mirad al mundo;
la altiva humanidad de polo a polo
por volar a la lucha se levanta
como un fantasma solo:
el grito de la lid do quier resuena...
¡alzad, generaciones,
y entre el polvo veréis de las naciones
del drama criminal la última escena!
 
     Los pueblos se apresuran al combate
por la postrera vez; «Vamos», murmuran...
«la lid nos llama con sus ecos roncos;
a la lucha volemos; y mañana,
gigante se alzará de nuestros troncos
el árbol santo de la dicha humana.
Y daremos cumplida
nuestra hermosa misión»; ¡Corred, Naciones,
las que movéis con impotente saña
de la cadena vil los eslabones!
¡Apréstate a la lucha, pueblo bravo,
que en la orilla del Vístula sangriento
te arrastras de dolor; ¡despierta, Atenas,
tú que miras rodar entre cadenas
magníficos pedazos de tu solio...!
¡Alza la frente, Hungría...
y tú, Roma, que apuras la agonía
amarrada a los pies del Capitolio...!
 
     A la lucha corred... la hora bendita
se va acercando; a su rumor profundo,
la santa libertad arma a los bravos;
¡corred, pueblos esclavos,
con vuestra sangre a redimir el Mundo!
Corred... para que un día
vuestros hijos llorando ante la fosa
a que os arrastra la corriente impía,
triste murmuren con dolor eterno...
«Luchar a nuestros padres fue preciso;
sus padres les legaron un infierno,
y nos dan por herencia un Paraíso.»
Otras obras de Bernardo López García...



Arriba