Bernardo López García

El día de difuntos

CANTO

 

I

  Silencio... las campanas...
¡Ay del hombre mortal! ¡ay del doliente!
de la noche en el seno
sin pena dormirá sueño tirano,
y su entusiasmo ardiente,
como lienzo fecundo
que borra el tiempo con impura mano,
se borrará del mundo...
¡Ah! en el solemne día
en que los muertos abren sus ciudades
vacila la razón: ¡sombras humanas!
¡ilusión del placer! ¡santo delirio
de un amor inmortal...! ¡glorias del arte!
volad lejos de aquí... todo termina
al borde del sepulcro; loco empeño
formará de la vida la quimera,
por dejar una flor, una siquiera,
sobre la leve realidad de un sueño.
Mentira es el placer; mentira el fuerte
alto destino de la gloria humana;
mentira la ilusión; ¡verdad la muerte!...
 

 
¡Torpe dolor!... ¡estéril amargura!
¿por qué prensar al corazón que llora
del hombre la continua desventura?
Sorda la tierra al ruego,
mata la forma; despedaza fiera
la belleza del mundo sin sosiego:
agentes de su cólera indomable
son las materias que en tropel inmundo
la cruzan por do quier; su boca impura,
las tumbas nobles, míseras o extrañas,
que amenazando al ánima oprimida,
esperan los escombros de la vida
para nutrir con ellos sus entrañas:
el labio delicado;
la azul pupila inquieta;
el pecho de la hermosa, altar sagrado
donde ofició el amor; la del poeta
libre cabeza que con noble anhelo
sintió latir la inspiración gloriosa,
y se alzó poderosa,
Colón del arte a descubrir el cielo,
todo termina aquí. La madre tierra,
¡ay! es la sola madre
sin entrañas de amor; en vano un día
la cubrirá la primavera ufana
de flores y armonía;
en vano sus verdores
dará a los prados, a las huertas frutos,
purísimos colores
al pálido rosal; en vano, en vano,
dará gentil rumor a la corriente
y aroma y luz al céfiro liviano:
al pie de esa belleza,
vive la destrucción. Sordo usurero,
la tierra mata si a vivir empieza;
asienta en los despojos
su esfuerzo colosal; traga, devora,
y cuando altiva en su poder se engríe,
hipócrita y traidora,
¡con jugo de sus víctimas sonríe!...
  Y la muerte también... ¿Quién ha parado
su carrera triunfal? Sobre ruinas
la ve el presente y la miró el pasado,
el inútil dolor no la contiene;
atleta destructor, fiel mensajero
con porte a las orillas del profundo,
continuamente se retira o viene,
secos sus ojos al dolor del mundo...
  En lucha con la vida
trabaja sin cesar; el universo
es su circo gigante; espectadores
de sus rudas hazañas,
los que esperan morir: ¡madres! ¡hermanos!
no busquéis la piedad en sus entrañas,
ni tendáis a sus huesos vuestras manos;
esqueleto fatal, forma sin vida,
no escucha vuestra mísera tarea;
y si llora la madre al hijo bueno,
arrancando el cadáver de su seno,
el charco de sus lágrimas vadea...!
 

II

  Mas, ¿por qué ese dolor? En otros días,
cuando el viento oreaba
la sangre de Jesús; cuando el Calvario
recordando divinas agonías
bajo la sombra de la Cruz temblaba,
yo vi al circo romano,
arcada colosal, timbre del arte,
vacilar en su altiva pesadumbre
al peso impuro del furor pagano:
miré a la muchedumbre
ebria de sangre; percibí en la altura
bajo el arco del César, al soberbio
Pontífice y señor, símbolo vivo
de aquel pueblo sin fe; lo vi arrogante
sobre varas de lictores altivo
despreciar a las turbas, y opulento
tender el cetro que aun el orbe doma,
sobre el circo sangriento
de la materia altar, templo de Roma,
patíbulo brutal del pensamiento.
Vi a la señal terrible
la arena retemblar; miré la puerta
moverse, vacilar, girar incierta,
y percibí espantado
la bárbara armonía
que en el espacio ardiente se enlazaba,
del tigre que a las turbas saludaba,
y del pueblo que al tigre respondía.
  Y... allí, sola, en el seno
de la plebe romana;
alta la frente, el corazón sereno;
la túnica cristiana
sobre el hombro robusto, y en los brazos
la imagen de Jesús, noble y tranquila,
miré a la Fe: su santa cabellera
flotaba el aire vagorosa y pura
cual si el ala del ángel la moviera;
asidos a su blanca vestidura
los mártires cristianos,
¡Salem! gritaban en pujante coro,
esperando el dulcísimo tesoro
con la oliva de amor entre las manos:
y las turbas hirvientes
cantaban y rugían;
y Nerón, ostentando la corona
de PONTÍFICE y DIOS, la alta cabeza
levantaba en el circo; y vacilaba
la columnata ruda
del vasto coliseo
al continuo aplaudir; y en tanto humilde,
excitando del pueblo el ansia fiera,
la Virgen del Señor se arrodillaba,
se enclavaba en la cruz con alma entera,
y su pecho divino,
que la fiera mordía,
palpitaba de amor, moviendo el lino
que sus formas castísimas cubría...
  ¡Cuadro consolador! ¡lienzo sublime!
Detén, fantasma impío
de la duda fatal tu voz potente:
ya el espíritu gime
con tranquilo dolor, y el alma inquieta,
rompiendo la terrena vestidura,
se alza a Jesús con incansable vuelo;
desgarra la materia, al dolor doma,
y arrollando a Palmira y a Sodoma,
torna a Jerusalén, remonta el cielo.
  La fe vuelve a lucir; su luz me ayuda.
¡Vírgenes del Señor...! ¡santos atletas,
columnas de la Cruz...! ¡dulces cantores...
indómitos profetas
cuyos plectros de oro
templó en sus manos Dios...! ¡legisladores
que disteis vuestras leyes
al pueblo ungido que cruzó el desierto
nutriendo con ilotas y con Reyes
la estirpe de David...! ¡Arpas sonoras
de Daniel e Isaías...!
¡Mártires sobrehumanos
que hicisteis, agitando las enseñas
de destinos fecundos,
rodar los muros, palpitar las peñas,
temblar las aras y oscilar los mundos...!
¡sustentar ya mi fe!... ¡Que yo la mire
romper en las conciencias
de la duda los bárbaros altares,
y asentar en fortísimos pilares
la santa catedral de las creencias!
¡que mi espíritu ciego
en claridad gloriosa se ilumine!
¡Que vacile la sombra al claro fuego,
timbre de la verdad! ¡Que monte y río
deponga su grandeza
del amor al inmenso poderío!
¡Que la luz inmortal deje su rayo
sobre la niebla inerte!
¡Que la divina idea
domine al universo! ¡Que la muerte,
Tabor glorioso de los hombres sea!
 

III

  ¿Qué es la materia ya? Con fe y sin pena
la destrucción admiro;
pasto seré de su brutal faena,
¡y por morir suspiro...!
Ni espigas ni colores
nutrirá con mi fe; de mi amor santo,
no brotarán ni líquenes ni flores.
Altivo en mi poder, ya la contemplo
romper la forma con augusta calma;
¡el sepulcro, es el templo
de donde nace el alma...!
¿Y la muerte, qué es ya? ¡Madre amorosa,
arca de libertad; fiel peregrino
de la Canaán dichosa,
donde la vid purísima, cargada
de racimos de amor, mece su tallo
de Dios enamorada;
mensajero del bien; pórtico augusto
de la eterna región; titán sombrío
de atlético poder, que audaz vadea
el piélago insondable
que hay entre Dios y el hombre; dulce aurora
de paz y de alegría;
límite del dolor que nos devora;
mañana del saber; puerta del día!
 
.........................
 
  Pequeño el mundo, dilatado el cielo,
infinito el amor que tras la tumba
sube al Eterno con potente vuelo,
la muerte no es verdad; en otras horas
sus fúnebres regiones
decoraba el dolor; la negra duda
cruzaba sin piedad los panteones,
y con falaz violencia
las lágrimas del mundo
rebosando sin dique en la conciencia,
ocultaban a Dios. Mas desde el día
en que la cruz triunfal, sobre los hombros
de la colina agreste alzó sus brazos
por montes y por mares,
trasformando en pirámides(22) de escombros
los ídolos de Roma y sus altares,
el dolor tiene fin; la tumba es foco
de claridad divina: Dios al yugo
de la muerte cedió; sufrió su imperio,
la aceptó por verdugo;
mas al alzarse del Eterno y Fuerte
sobre el cadáver santo,
para consuelo del amor y el llanto,
¡enclavada en la Cruz murió la muerte...!
 

IV

  Dejad que las campanas
repitan su canción: ¡niños, ancianos,
huérfanos sin hogar, madres dolientes,
que del dolor en las terribles sañas
con lágrimas sin fin lloráis al hijo
que tuvo por altar vuestras entrañas...
¡empezad la oración!... ¡ese sonoro
rumor triste de bronce; esa armonía,
forma sentida del mundano lloro;
ese gemido que el espacio llena
y a Dios el eco que los mundos lanza,
no es acento de duda o de rencores,
que si llora en su voz nuestros dolores,
acompaña también nuestra esperanza...!
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