En la serenidad desoladora
que tiene un rostro indiferente y frío,
muestra el orgullo el natural bravío
que flaquezas con máscaras decora.
Se rinde la mirada que es traidora
de lo que tiene: el pasionado brío
busca en el pecho su lugar sombrío,
no en la fisonomía locutora.
Y aunque impasible y calmo y sosegado
figure el rostro como un agua muerta,
adentro está el despecho y el llamado
y el sollozo y la sangre de la herida...
Que aunque esté de la mano fiel cubierta,
ya no es nuestra la lágrima vertida.