Augusto E.

Escribí un libro con tu nombre pero no puedo decirlo

El marco de escena es el frente de una casa con techo de madera revestida con adoquines. Las paredes están pintadas de amarillo mostaza y se observa una puerta completamente abierta y a su derecha, una ventana recubierta en tela mosquitera ya dañada por el paso del tiempo, detrás de la tela se puede observar a alguien sentado y ojeando el horizonte montañoso en algunas ocasiones.

Dejo la puerta abierta a pesar del miedo
Me someto a los sentimientos que poseo
Y son mi única propiedad en este momento
Te deseé pero ahora no te tengo, y veo
Que esto aumenta mi deseo, inconcreto
Yo sé que llegaré a desearme más que desearte
Sumamente distante me encuentro al verme
Pero poco a poco me sumerjo en diversas tertulias que me animan a desatarme
Aún duelen las heridas que curaste con sal gruesa, cuesta a la piel formar las crestas
Un cuerpo repleto de crustáceos y la sirena flagelada que nada desapercibida por la orilla de los mares, en mis sueños la vi, quizás la observé en esos antiguos libros que solía acumular y ahora son el pasado, el antes mejor porque siempre será mejor, porque la nostalgia es la corriente contra la cual lucho todos los días, es ese anzuelo que no se quiebra ni me abandona. Me tiene tomado de las mejillas y yo ya no peleo, no me fuerzo por dejarlo, tan solo me quedo colgado y me entrego a ser movido por las peripecias que me trae.
Y en el trayecto perderé la vista, perderé el oído pero no me dolerán tanto como haberte perdido, ser uno más que la soledad que ahora me acompaña y en ocasiones se me encima, prepondera en la habitación gigantesca. Innecesariamente grande. “¿Por qué nos dejamos ir?” me dirás en las noches frías, yo contestaré cosas que quizás no recuerde al estar lúcido, la mañana siguiente. Lloran las paredes en los días de niebla, te extrañan acariciando los edredones de la cama, arrullándote en los sillones con tu manta azul marino y devorando aquellos libros que pocas veces terminabas. Libros con olor a nuevo ahora están en su eterna guardia, uno al lado de otro en la biblioteca, no les dirijo la mirada ni les quito el polvo que acumulan. Me recuerdan que así, interminables y con hojas dobladas, te gustaría que quedaran. O quizás a mí me gustaría. Esta época me encierro, he perdido varias amistades que compartíamos porque me consultan cómo me siento y estoy siempre al borde del abismo, jugando a que mantengo el equilibrio.
El paisaje de invierno es melancólico y las noches prestan para hundirme en el alcohol que me intoxica ya con sólo un par de sorbos y bajo su efecto, somnoliento y mareado vagabundeo por las calles, rehago nuestras discusiones irrelevantes descubriendo nuevas respuestas que llevan a diferentes finales. Abro un abanico de oportunidades y me convenzo de que así ocurrió, así comienzo a pensar que estoy camino a casa para encontrarte tendida en la cama o en la barra de la cocina con tus estudios. Y me miras sonriente, dejas ver tus dientes inofensivos (porque al enojarte discutes de labios cerrados), luego estiras tus delicados brazos para rodear mi cuello y yo te tomo de la cintura y unimos nuestras pelvis como quienes se aman de verdad. Naturalmente, sin forzar nada. Siento tu vientre junto al mío, tengo el cuerpo acalorado pero me enfrías con tu palma. Ya no ocurrirá. Lo sé, me miento.
Sé que en algún momento dejaré de escribirte de manera fantasiosa y me inclinaré por otros temas de mi gusto porque no deseo escribirte tanto, quizás un “Hola, cómo estás?” seguido de diversos mensajes monosilábicos. Me sería suficiente eso. Me serías suficiente vos. A pesar de todos los problemas, siempre lo fuiste. Nos reprochamos tanto la idea de no estar juntos que se hizo realidad antes de que todo terminara.
Extraño tu voz tan calma como las cascadas del Iguazú que observamos anonadados e incrédulos por la fuerza que nos combatía querer acercarnos a ver.
Ahora creo que fuimos suficientes temporalmente, fue un proceso lento pero determinado en acabar así. Pudimos hacer algo para alargarlo aunque estaba ya escrito en las antiguas escrituras de nuestro cuerpo, entre los rincones y las magulladuras de nuestras manos, la receta para un romance fogoso, intenso y abrazador pero cuya chispa se consumiría irremediablemente.
Ahora eres ese lugar en el que estoy enclaustrado y me hundo en las noches de invierno, o aquellas en las que no puedo dormir porque ya no aguanto mi peso henchido en el colchón. No puedo borrar el dolor de tu partida, aunque lo intento pero me genera más heridas que limpio con agua que se siente salada y luego tapo con conchas de mar y ungüento de algas que se van cuando en la noche siguiente me zambullo en los mismos y profundos mares, me elevo a la superficie a tomar aire y entre las montañas que me rodean escucho nuestras discusiones, entonces, me entrego nuevamente al abismo de oscuras aguas para algún día sobrevivir debajo. Es lo que hoy hago, sobrevivir.

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