Augusto E.

De noches cordobesas y otras cosas

"Son para el solitario una promesa

porque millares de almas singulares las pueblan,

únicas ante Dios y en el tiempo

y sin duda preciosas.

Hacia el Oeste, el Norte y el Sur

se han desplegado -y son también la patria- las calles;

ojalá en los versos que trazo

estén esas banderas."
-Las Calles, poema de Jorge Luis Borges

En las noches de soledad la ciudad se veía más luminosa como de costumbre. Fueran las sombras de la gente quienes ensombrecieran la pura realidad con la que me topaba en cada caminata. Estos rodeos vespertinos solían reemplazar la ansiedad con paz, la soledad con conmiseración. La ciudad vacía, la ciudad en calma y yo también, en sincronía. Será la gente el mal que yo evitaba entre las multitudes de la mañana. Las diferentes caras se presentaban ante mí como facetas, fachadas y máscaras, un ser en otro, debajo en lo profundo podía ver las verdaderas intenciones de la gente. Mas sorprendía la misericordia con que la ciudad daba fin a estas almas, con sus penumbras daba hogar a los entes en pena y escondite a los demonios de cada rincón del municipio.
Solía salir a caminar con mi sombra cuando vivía en el centro de la ciudad, a diez manzanas de la plaza mayor. Visitaba cada recoveco que el espíritu aventurero me permitía aquellas veces. No era peculiar que diera vueltas en los mismos lugares puesto que cada noche dejaba mirar diferentes manchas, multitudes de escenarios adversos a la imagen matinal, este sinfín de factores que alteran todo.
Tenia un mapa en mi mente con residencias nocturnas, galerías vacías y plazas menores donde los vagabundos, prostitutas y drogadictos se reunían para dormir, dedicarse a los vicios o simplemente charlar y compartir la comida. Soy vilipendioso, no molesto a las personas y tampoco disfruto del aroma a alcohol y orina que desprenden estos lugares pero algo me atrapa a vacilar por estos laberintos. Los rincones oscuros, los misterios en la plaza mayor y en las manzanas más visitadas eran mi fascinación. Deseaba recorrerlas de noche, lo que me permitía apreciar de otra manera tanto que no podía ver en la mañana cuando el sol oculta entre reflejos y espejos lo que la mente no desea ver.
Esta noche fue especial, luego de un evento maravilloso que se dio con éxito en la plaza principal de la ciudad, los residuos y el papelerío quedaron esparcidos por todo el sector, desde la estatua a San Martin hasta los baños públicos municipales.
Pateando latas y pelotitas de papel me hice camino por el lugar y me senté en un banco plomizo repleto de excremento de paloma y restos de comida que moví con un pañuelo que tenia convenientemente en el bolsillo.
Desde ahí miraba al horizonte. Se podía ver la catedral, luminosa y aurea con ese amarillo mostaza que tanto la representa y sellada con esos fierros imponentes que separan la puerta gigantesca. El blancuzco cabildo a su izquierda, no tan imponente como su acompañante. Complementaba con su galería tan extensa.
Los reflejos hechos con mosaicos en el suelo parecían ornamentar perfectamente a la manzana con el juego de sombras que tanto desprendía. La plaza estaba pobremente iluminada.
Tomé un cigarrillo, el encendedor del bolsillo y me digné a disfrutar un poco de mi afán por desprender imposibles anillos de humo con mi boca. Algo que no se me da muy bien debido a mis débiles pulmones o la calidad de cigarrillo.
Entre la humareda, escuché los golpeteos de una caminata veloz sobre la acera. Eran más cercanos a cada segundo pero me resistía a impedir las pitadas para atender a un chusmerío de ancianas, girar la cabeza no era elegante ni audaz entonces asumí la ruta que seguiría esperando a que pasara delante de mí, cuando se apareció a mi izquierda pude verla.
De largo tapado rojo cayendo hasta sus talones y cuya cola se elevaba a merced del viento dejando ver el vestido blanco y ajustado que llevaba debajo. Tacones plateados (imprácticos para este tipo de suelo), un extraño y pomposo peinado permitía que las luces de la plaza hicieran brillar su color cobrizo. Se alejaba en dirección al cabildo, a paso ligero con sus hombros contraídos en el tapado, provocaron que mi imaginación, como ave rapaz, volara y estuve decidido a observar reflexivo. Me cuestionaba de manera prejuiciosa el pasado, y el futuro de aquella dama. Mientras pispeaba a la muchacha tomar camino entre las galerías, escuché de repente un clac clac justo al lado mío, volteé al instante por la sorpresa.
–Putos espías de mierda!– se escuchó.
Para mi despabilo me encontré con una mujer encorvada, de rostro arrugado y cabello desmechado, llevaba un bastón en la mano que agitaba de lado a lado en su caminar. Se acercó a mí dejando una bolsa negra en el banco.
—No sabés qué me pasó.
—¿No?—contesté extraño.
–Tengo un día horrible, acabo de despertar, me hablaron mis hermanos. Violaron a mi nena, ahora ando buscando al hijo de puta que lo hizo!– exclamó mientras agitó con más fuerza el bastón y dio un golpe contra el suelo. La miré espantado, qué horror fue lo único que pude expresar. –Sí, ella tiene 13 años y yo la hice conocer la calle. Y la violó en el baño a mi pobre nena!- dijo mirando hacia arriba con gesto de tristeza, – Me siento tan culpable pero ese hijo de puta me las va a pagar, se va a enterar de con quién se metió! ¡Él fue quien me violó! él fue... hace tiempo... lo sé– sus ojos empezaron a tantear hacia todos lados como si no quisiera que la escucharan. Encogida de hombros se sentó a mi lado, pude observar su mirada que no perdía ese gesto entre tristeza y enojo. El entrecejo gracioso se movía dejando percibir el innegable paso del tiempo y de alguna adicción en su frente.
—Sé que los peruanos saben algo. Odio a esa gente, guardan muchos secretos y traen sus drogas, mis muchachos están perdidos en la droga! Lamentable, es un espanto pero yo tengo la receta y no pienso dárselas. Nada, te juro que no voy a darles nada... se acercó a mi hombro y susurró –Yo no soy ninguna acusadora tampoco, la policía no me saca nada. Me han torturado, lo intentaron pero nunca pudieron sacarme nada. Tengo entrenamiento militar– se mordió un labio y metió la mano en la bolsa negra, dio un sorbo a la botella con agua que tenia guardada. Siguió hablando.
–Mi padre es de Estados Unidos, pero el muy infeliz tuvo que hacerme nacer en el Bario Bella Vista. Viejo pelotudo! – se lamentó y luego me miró curiosa– Vos qué hacés?
–Estoy de paseo– contesté.
–A esta hora?– Sí, me encanta caminar de noche. Soy alguien nocturno.
Me miró de reojo, de arriba a abajo y luego cuestionó –No serás espia de los gitanos o de los peruanos? Negué doblemente.
—Ah, bueno, porque odio a esa gente. Son la peor calaña que puede existir.
—Desconozco a las comunidades pero por su experiencia le tomo la palabra—, intenté cambiar de tema, –Lamento mucho lo de su hija, desea que busquemos a un policía?
Su mirada fue de pura extrañeza.
Me recuperé añadiendo –Su hija, ella fue violada. Sabe quién fue, podemos hacer la denuncia en la comisaría. Usted puede decir quién abusó de ella y de usted.
—¿De qué hija me estás hablando? Yo no tengo hija, dejate de molestar! Loco de mierda,—insultó mientras tomó su bolsa y caminó hacia los baños públicos.
Ya no sabía qué pensar. Pero no iba a involucrarme más de lo que ya había hecho. Dejé que se fuera sin cuestionar, preguntándome si ella estaba loca o si el trauma no le permitía razonar.
Me levanté. Necesitaba caminar, la cercanía de otras personas habia perturbado la comodidad de mi asiento.
Adentrándome en la plaza pude observar entre las sombras de la catedral, una silueta. Una silueta oscura que me impedía diferenciar género, de altura promedio similar a la mía. Pero percibí que me observaba aunque desconocía desde hace cuánto tiempo.
Seguí caminando hacia la calle mientras vacilaba girando y observaba la silueta, continuaba ahí. En la sombra de ese pasillo entre la catedral y el cabildo.
Avancé varias manzanas hasta llegar a unas galerías comerciales. Los adoquines de la peatonal estaban enmohecidos y flojos. Cuando escuche unas pisadas detrás mio, estratégicamente elegí un camino seguro. Los adoquines generan mucho ruido y me permiten escuchar cuándo se acerca gente y cuántas son. A esta hora de la madrugada, toda precaución es necesaria. Era una sola persona.
Supuse que era aquel acosador de la plaza. Aunque tampoco sabía si era un él.
Observé en una tienda de antigüedades, un espejo que se encontraba perpendicular a la galería y vi la silueta de un hombre encapuchado caminando hacia mí con la mano en los bolsillos y asomado a las tiendas. Apuré mis pasos, escuché la reacción en su repiqueteo contra los adoquines. Giré a la izquierda en una galería y cuando él no pudo verme, comencé a correr, me abrí paso hacia la gran avenida Chacabuco. Necesitaba un lugar transitado. Mientras me acercaba al lugar, escuchaba el ruido de las ruedas de los autos rozando contra el pavimento. Las bocinas estruendosas y los semáforos cambiando de color. Crucé la avenida en verde, esquivando autos que desaceleraron pero nunca se detuvieron. Otros esperaban que me detuviera con sus bocinazos pero la adrenalina me había superado.
Ya en el otro lado de la vereda me digné a mirar hacia atrás, ahí estaba la silueta, entre las sombras de la peatonal, observándome. Seguí mi camino subiendo por la avenida y ya me dirigí hacia mi departamento. Cansado de la vorágine de la ciudad y exhausto por los murmullos de esta misteriosa sociedad nocturna.
Una noche más, otras anécdotas de ciudad.

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