Ana Victoria Arnulphi

La iluminación no es una cosa alegre

y no debería ser nombrada

Reiteradas veces me encuentro pensando en cómo (y para qué) compartir los beneficios que la práctica diaria de yoga le trajo a mi vida en tantos aspectos sin
a. pecar de póser
b. pecar de pedante privilegiada y
c. creer que todos necesitamos lo mismo para mejorar nuestra calidad de vida y obra.

Quizá la clave esté en compartir desde la humildad y la autenticidad para abrir un espacio de diálogo y que aquellos que llegan se sientan libres de explorar y descubrir su propio ritmo, de hecho así es como aprendí a transitar mis vínculos y por qué, si uno logra la maravillosa casualidad universal de esquematizar formas de hacer, no transpolarlas a otros espacios?

Desde que recuerdo mi vida es un sinsentido de sucesos que me fueron llevando por lugares que hoy agradezco haber atravesado como sea que haya tocado, pero siempre tuve esa leche en el ojo de que nunca supe bien qué me gustaba hacer, en qué podía destacar mi atención y en si existiría algo que realmente me sulfurase esa labia pasional a la hora de contarlo.

Si, me gusta el arte, diseño cositas, escribo cositas y dibujo cositas, una vez hice coros en una banda de rock inglés, otra vez vendí una ilustración por dos pesos, otra vez diseñé un flyer más o menos lindo que circuló un montón, otra vez trabajé una huerta grande muy grande que fue sustento algunos meses. Siempre cositas, cositas que a este mundo no le importan porque está venido a menos, porque la valoración real del esfuerzo puesto atrás de cada acción esta devaluada y lo que no se explota o no se ve o no es absolutamente genial o no está en dólares no existe porque siempre habrá alguien que lo haga mejor.

Ante toda esta carga medio pesimista que acarreo sobre una vida desordenada pero agradecida y bien vivida que voy llevando, con el yoga encontré las puntas del ovillo: me ayudó a acomodar ideas, formas y sentimientos para conmigo y con los demás, para con mi cuerpo y para con mi expresión en la vida diaria de un mundo vago en amor. Pero la disciplina del yoga no ilumina por sí sola. Hay mucho trabajo por hacer para acompañarla (y a veces me pregunto si la luz es tal por nombrarla (hace falta?) y no por simplemente ser)

La intergeneracionalidad virtual en la que estamos zambullidos los jóvenes adultos, los niños, las viejas que tejen cejas para las muñecas del barrio, los académicos y los perdidos, los estudiantes de medicina y los veganos, los que toman coca y los del retiro espiritual, toda esta vida es mucha información y no es necesario elegir qué querés ser hoy o mañana o qué fuiste ayer. Lo importante es saberse flexible para ir esquivando las balas y caminando los terrenos, agradecerse a uno mismo por la predisposición de tu mente y de tu cuerpo poniendo la consciencia al servicio de esa gratitud, afirmando que la mejor práctica no es la perfecta, no es la de mañana ni fue la de ayer, es la de hoy, en la que se es auténtico y genuino no con los demás, sino con uno mismo para compartir desde el corazón y respetar las otredades sin pretender una única manera de hacer las cosas.

Aprendí que la práctica no solo se trata de posturas físicas sino de un ritual de consciencia, presencia y amabilidad conmigo misma y con los demás. En cada exhalación descubro que puedo ir un poquito más allá y eso ya es un montón.

La vida? personalmente no creo que estemos acá para cumplir un cometido divino, sencillamente porque estamos atravesando el mundo hostil y complejo en el que hacemos lo que podemos desde nuestra finitud, y la creencia crismorenista de que vinimos a salvar al mundo de las injusticias es tan egocéntrica como insoportablemente pesada. Somos nada para esa verdad universal de la que escuchamos hablar pero sí significamos mucho para nuestras intimidades, para nuestras familias, para nuestros amigos, para las infancias que se nos presentan y ven (sin buscar) un ejemplo. Y ahí sí es importante estar presentes y trabajar. Hoy en la quietud encuentro respuestas, o al menos la serenidad para aceptar las preguntas que no las tienen, y abrazo que a pesar de todo estoy exactamente donde debo estar.

Quizá si tenga algunas cosas para decir, y elegí empezar a compartirlas sin hilo conductor, como es mi vida –que no está mal– y como mejor me salen las cosas: siendo sincera en error y en experiencia.

Salúd

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