Entre capotes y sombras,
en la plaza se alza el día,
Valentina, la torera,
como un sol resplandecía.
En sus manos, seda y fuego,
en su paso, la poesía,
con un gesto firme y noble,
desafió la sangre bravía.
El toro, negro y de sombras,
surcó el ruedo en su embestida,
y ella, en un giro de arte,
dibujó la faena fina.
A la muerte no temía,
pues su alma lo sabía:
que la gloria es pasajera,
pero eterno es quien la guía.
El público enmudecía,
la pasión se estremecía;
Valentina, con el estoque,
cortó el aire y su osadía.
El toro cayó rendido,
la arena se hizo caricia,
y en los ojos de Valentina
brilló el fuego de su vida.
Hoy su nombre es leyenda,
por los ruedos repetida,
la torera que a la muerte
con un baile desafía.